LA PROFECÍA
“Al que acapare el trigo el pueblo lo maldecirá: más la bendición recaerá sobre quien lo venda”
Proverbios XI, 26.
Basados en la profecía del cambio, un mesías llegó a transformar la sociedad. Primero fue libertario de un movimiento en armas que intentó por la fuerza sacudir al templo del poder, para repartir los panes y peces, acabar el tributo y distribuir la riqueza. El primer plan del destino mesiánico no se cumplió: antes de ser crucificados, prefirieron el perdón del régimen y decidieron ser rebeldes legales dentro de los márgenes constitucionales del establecimiento al que alguna vez prometieron destruir.
Después, transformados en obedientes exponentes de la paz del establecimiento, algunos se lanzaron a desafiar las reglas electorales de un sistema democrático, poco convencido de lavar las manos de traidores arrepentidos con el escrutinio de la voluntad general. El saldo fue que Pizarro, el segundo mesías, cayera a manos del terrorismo de Estado, con una ráfaga de una nueve milímetros en un avión, en plena campaña presidencial. Bateman, el primer mesías, cortó su vida heroica en un estrepitoso accidente aéreo en inmediaciones del Darién, a comienzos de los años ochenta. Sus restos yacen en Santa Marta, en el Olimpo del Libertador.
El tercer mesías, el verdadero, el heredero del destino trágico de los grandes próceres de mitad del siglo XX en Colombia, había sido reservado por la divina providencia para mantenerse en el escenario con una prudente cautela que permitiera irle dando curso a su gran revelación: la presidencia de la república.
Como todo ritual mesiánico, un hombre dotado de una predestinación poderosa, requiere una historia de gloria trágica, un movimiento de creyentes no exento de traidores. También un tiempo de incredulidad en su propio deber y una etapa de sacrificios personales que reafirmen su capacidad para sobreponerse a las adversidades que le imponen el viacrucis hacia el triunfo.
Tiempo y crisis, finalmente coinciden con la trayectoria que activan las fórmulas para encontrar un mesías que esté listo a su ascensión terrenal al poder: la tiranía reinante excede sus límites de violencia y desata las fuerzas de la liberación que le dan a la explosividad del hambre y la carestía un proyecto de salvación a la plebe, encarnada en el evangelio y en la revelación de los programas políticos que muchos partidarios del mesianismo habían esperado por años, el cambio.
El mundo de las profecías siempre advierten una gran destrucción, un momento de caos y desorden. Todo se parece a este mundo: crisis climática, guerras con posibilidades de eliminar a la humanidad de la faz de la tierra con el estallido nuclear, falsos profetas autoritarios que exceden sus poderes hasta el límite del soporte social que sofoca sublevaciones de formas imposibles de pensar, riqueza para pocos, hambre y pobreza para muchos.
Todo este repertorio es la matriz del discurso del mesías que llena de contenido el destino del cambio como algo irrefutable. Es ahora o nunca, porque el tiempo del mesías es tan terrenal como su existencia y sus posibilidades vitales. Sin ellos y sus acciones todo se viene abajo. El pueblo emerge porque el mesías es él y su encarnación más potente de existencia.
Esa es la razón del afán y la carrera de realización del cambio y las reformas como promesas de salvación: la canonización del mesías depende que viva para hacerlo, porque es la garantía que no se repita la llegada de uno nuevo. Todo mesías quiere ser el primero y el último en todo momento. Antes que él, caos y destrucción, después de él, cambio y transformación.
Ahora que vivimos el momento de realización mesiánica, el fanatismo del cambio ha afirmado la comprobación de la línea que la mayoría de proyectos políticos esperaban vivir para constatar su trascendencia histórica y con ello validar las transferencias ideológicas, por ejemplo: del sovietismo al liberalismo, del estalinismo al democraterismo, del socialismo a la socialdemocracia, para terminar conciliando la nueva fe en el sincretismo progresista.
La fe progresista es la revelación basada en el cambio, todo pasa ahora por una transición, palabra de moda para evitar el incómodo concepto neoliberal de "ajuste", que es como el mercado llama a los cambios estructurales, para hacer más eficaz su intervención impositiva en los asuntos políticos y sociales de los Estados.
Las reformas son el opio del pueblo, es la nueva droga enunciativa de la comunicación política para acceder al cambio a cuenta a gotas, diseminada en pequeñas porciones y con dosis mínimas que permitan una dependencia a la representación de los grandes, pequeños y medianos jefes políticos con espacios de poder, que garantice a mantenerse en sus puestos con el favor de las mayorías a la corte de burócratas alternativos, que viven de vender expectativas sociales en el congreso de la república. Atadas a las dádivas de las reformas, las supuestas ciudadanías libres están capturadas en la ficción democrática de la representación parlamentaria.
Las reformas empezaron siendo pomposas promesas del cambio social, económico, político y cultural, pero como toda expectativa se está disolviendo en las negociaciones con los factores reales de poder que impiden repartir pan y circo al pueblo sin nada a cambio. Y como toda negociación con poderes superiores el pueblo pierde.
El mesías ahora apela al pueblo para levantarse, porque su fuerza interna en el gobierno no le permite como Jesucristo, entrar al templo y sacar a los mercaderes. Otra vez surge la instrumentalización de la movilización: ayer, del estallido social a las urnas, ahora, de las negociaciones parlamentarias a la acción callejera. No queda de otra que reeditar a Gaitán, quizás el primer mesías del siglo XX, cuando señaló: “yo no soy un hombre, soy un pueblo, el pueblo es superior a sus dirigentes”.
Poco a poco se agotan los repertorios, la agitación del cambio se torna una nebulosa, difícil de traducir en una movilización que no siempre podrá ser utilizada como canal de confrontación institucional. El irrespeto a las autonomías territoriales y la captura de sus independencias por cuenta de la subordinación de aparatos del gobierno, no tardarán en pasar factura, sino hay un modo de consenso social que no corporativice las rebeldías, sino que las deje fluir contra el verdadero enemigo ahora matizado en la idea liquida de la democracia: los grupos económicos, políticos, militares poderosos del país.
Sin embargo, queda por preguntarse: ¿Ahora que muchos proyectos políticos de izquierda y sobre todo revolucionarios lograron su gran revelación sin revolución, qué les queda por hacer, para dónde van, qué harán si fracasa la profecía, el profeta, las sagradas escrituras y sus cultos?, ¿Vaciados de proyecto profético y de repertorios qué más pueden ofrecer los actuales cultos de la izquierda en sus diferentes versiones?
Algunos esperan el apocalipsis, la gran tribulación y el juicio final, quizás tratando de refundar una nueva profecía, más refinada en sus tiempos y modos de proyección mesiánica.
Otros, tratarán de reformar la fe y quizás abrirán las puertas de sus iglesias a los feligreses que tanto persiguieron bajo la inquisición del cambio.
Unos quizás no esperan nada, tan solo ven en esto una etapa más del proceso social que sin religiosidad y fanatismo, mantienen en firme sus convicciones renovadas sin expiar sus pecados y sin ocultar sus opiniones, pese a las lapidaciones de los creyentes de la actual profecía o de la refundación mesiánica.
Cambios van y vienen, pero lo cierto es que éste tiene poco tiempo y espacio de duración, para que empiece a erosionarse. Muchos son los profetas, los mesías y pocos los feligreses para pelearse en las iglesias. Vienen nuevas elecciones y solo serán bienaventurados los que tengan como pagar con sus modestos recursos, sacados del esfuerzo revolucionario y del amor al pueblo, para lograr el escaño y el aval de los cultos en las listas a concejos, asambleas, alcaldías y gobernaciones. Los candidatos ya no convencen, los candidatos facturan. Y como todo proceso de religiosidad política, lo que es hoy esperanza es más mañana decepción: ese es el camino fecundo de la contrarreforma de la derecha es ascenso, la nueva tribulación.
¡Ojala que dios, el de la Casa de Nariño, así no lo quiera!
Amén.
PD: Andrés Duque y Bremen Hinestroza merecen estar en libertad no porque el mesias lo diga, sino porque son victimas de un falso positivo judicial. La lucha y no las dádivas del gobierno nos los traerán de vuelta con los suyos. Toda mi solidaridad.
Tom King
18/02/2023
Necesario artículo en estos tiempo de "unidad", unidad os está consumiendo