“...solo una crisis –real o percibida- da lugar a un cambio verdadero. Cuando esa crisis tiene lugar, las acciones que se llevan a cabo dependen de las ideas que flotan en el ambiente. Creo que esa ha de ser nuestra función básica: desarrollar alternativas a las políticas existentes, para mantenerlas vivas y activas hasta que lo políticamente imposible se vuelve políticamente inevitable.”
Milton Friedman
A escasos días de la contienda electoral presidencial, la tensión impera en el ambiente: unos porque la victoria está casi que cantada en primera vuelta y solo resta esperar el resultado del escrutinio. Otros porque aspiran a ver la continuidad cada vez más diluida del proyecto uribista en el gobierno, tras una pobre campaña y un candidato que no despierta simpatías en su propio movimiento. El centro desapareció en el mar de sus inconsecuencias e indefiniciones. Mientras que el casi octogenario ingeniero Rodolfo Hernández, inicia su ascenso en las encuestas advirtiendo una remontada que promete desbancar al escuálido Fico de la aún no tan clara segunda vuelta.
Tensa y confusa es la coyuntura inmediata del panorama electoral: si en primera no se logra para Petro, romper el bloque de todos contra él es casi que imposible. Sin embargo, a estas alturas no existe claridad sobre la segunda vuelta y quién enfrente al candidato de la Colombia Humana. Las encuestas, las reinas de la modulación de la opinión han logrado jugar con una expectativa que ebulle día a día con los porcentajes de aproximación a la alta dignidad del Estado, según se acerca la contienda.
En una campaña sin mayores debates programáticos y vaciados de ideas profundas sobre el destino del país, el concepto del cambio ha sido el más determinante: cambiar para salir de Uribe, los uribistas y todo lo que se parece a él. Nada que repita y todo lo que innove aunque que no signifiquen transformaciones radicales ni parciales, a medias y de una vez para que no vuelva retornar el lastre del Ubérrimo. Cambiar para que nada cambie, parece ser una de las opciones.
Capturados en el uribismo como política, ideología, modo de pensar y actuar, incluso hasta como una religión de Estado y una comunicación eficaz, se ha perdido para la comprensión y el análisis serio de la política la posibilidad de analizar variables, fugas y alternativas que expliquen nuevas tendencias de la contraofensiva de la derecha conservadora en el país. El uribismo es potente no por su riqueza programática, conceptual e ideológica, sino por la pérdida de profundidad en la investigación y conceptualización de la izquierda colombiana: uribismo es todo y nada a la vez, pero el anti-uribismo es también lo mismo para atacarlo.
Sin embargo, los hechos electorales develan movimientos interesantes de los acontecimientos en desarrollo: montados en el cambio, también la derecha lee la expectativa de la sociedad como una ventana para renovar liderazgos y oxigenar la hegemonía dominante, sobre todo porque se han activados sanciones morales latentes que obligan a incorporar al menos en el discurso parte de las prerrogativas de la población en el ejercicio del poder, el paro del 28 de abril sigue fresco en la memoria social.
Debilitado interna y externamente el uribismo ha perdido capacidad en su hegemonía política para garantizar la continuidad en el gobierno, aunque apela a sobrevivir replegándose con parte de su poder militar y paramilitar y sus socios corporativos regionales. Asumidos en una derrota estratégica, las toldas migran buscando alternativas para resistir el fracaso que se avizora en estas elecciones. El uribismo dejó de ser un proyecto de estado a ser un grupo arrendado en las nuevas emergentes propuestas políticas en curso. No podrán dirigir pero tal vez dominar parte de los territorios y escenarios esenciales del establecimiento.
Adjudicar que solo hay una ultraderecha homogénea en el sustantivo uribista, ha sido el error de estos tiempos, sin observar perspectivas, las derivas de la reacción se han expandido en diferentes modos de lo político y en diferentes sectores de la sociedad. En Colombia se ha fortalecido un núcleo político neoconservador de derecha con sus diversos matices y gremios que intentan modificar, innovar y modernizar su proyecto político haciendo variables estratégicas a la conducta del régimen.
La sociedad ha dejado de ser un problema y ahora se apela a su cohesión para castigar la corrupción, el enriquecimiento exacerbado de los poderosos sin repartir a los pobres, el buen ejercicio de la política ridiculizando el fraude y la avaricia, haciendo una moral de lo público como un instrumento para perseguir los corruptos, los defraudadores del estado, etc. Se puede ser rico y estar con los pobres, sin revanchas y con colaboración para el bien del Estado. Un tipo de filantropía social de ultraderecha en desarrollo.
En una cultura política temerosa del cambio, Rodolfo Hernández se expresa como una ultraderecha regional, conservadora pero filantrópica, una alternativa que abre posibilidades a sectores que han buscado un proyecto diferente en sus modos y formas de conducción para configurar el bloque de poderosos industriales, comerciantes, inversionistas, entre otros, que fueron subordinados por los empresarios ganaderos, grupos vinculados con el narcotráfico y el paramilitarismo que comprometieron el prestigio y la credibilidad de políticos que consideran el ejercicio del poder bajo otras lógicas de dominación sin trasgredir las reglas del establecimiento. Se cuece un reagrupamiento producto de la crisis de la ultraderecha y allí también surgen derivas, desprendimientos y reconfiguraciones.
A pocos días de la parte final de la contienda el cambio les ha servido a todos menos al uribismo y al centro. Aflora antes de la primera vuelta la emergencia de un nuevo tipo de liderazgo alternativo a Fico, diferente a Fajardo y posible para confundir al electorado indeciso y optar por otro modo de expresarse el cambio en el ingeniero. El cambio puede ser en primera: Fico por Rodolfo, listos para la segunda.
Amanecerá y veremos. Ojalá que así no sea.
Tom King
24/05/22
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