EL CAMBIO
- clubdelapelea
- 24 ene 2022
- 5 Min. de lectura
En una época conservadora, el cambio es tan poderoso solamente con nombrarlo.

“Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor Ignorante, sabio o chorro, pretencioso estafador Todo es igual, nada es mejor Lo mismo un burro que un gran profesor.”
Fragmento canción Cambalache.
Enrique Santos Discepolo
En una época conservadora, el cambio es tan poderoso solamente con nombrarlo. Así quien quiera aparecer en la escena de un tiempo estéril en ideas y ausente de coherencia colectiva e individual, debe conjurar el hartazgo y la permanencia de lo mismo en la sociedad para mostrarse ante ella como la posibilidad y la creatividad del nuevo momento. Sin duda alguna, la repetición y la continuidad no tienen mucho crédito en la política actual. Ni izquierda, derecha y sus centros, soportan el cansancio social que ha producido la quietud pandémica y la ofuscación de la caótica crisis económica y política que ya no puede ocultarse.
Por el cambio una alcaldesa supuesta abanderada de la diversidad y el pluralismo, persigue con la refinada xenofobia racista de las élites capitalinas a la pobre migración venezolana y al éxodo emberá en los parques de la gran ciudad. De la misma manera, los amigos del cambio han segmentado a la juventud entre la buena y mala generación: la que está en la primera línea de la cooptación institucional, la juventud votante pobre y de clase media ingenua, aquella que existe para ser instrumento de los advenedizos candidatos en campaña, mientras la otra juventud, la impopular para los medios pero popular en sus exigencias, la pobre pero rebelde, es perseguida por los poderosos y estigmatizada por los oportunistas cuando no se montan en los engaños del nuevo momento electoral.
El cambio es un candidato adinerado senil, enfermo de poder que amenaza a medio país con su quijotesca ensoñación presidencial. También el cambio es un pacto entre arrepentidos de la transformación radical del país, quiénes asustados de la potencia plebeya del estallido social, salieron con el extinguidor electoral a apagar la indignación con promesas de campaña.
Una palabra repetida tantas veces y manoseada para estimular las intenciones en quienes ven la poderosa fuerza de su enunciación, ha perdido validez de su propia esencia: el cambio. A nombre del cambio se sacrifican ideas por marketing y contenidos por selfies. El cambio ha traído más de lo mismo pero con diferentes actores, ahora menos laxos, más profesionales y frescos para la farándula del show mediático de la política pública. Por el cambio tenemos menos posibilidades de transformación social, política y económica real, pero creemos que por ello tendremos más. Vamos por más dicen los que tienen más comodidades y ceros que llenar en sus chequeras. Cambio es otros igual o peores pero diferentes en modos, formas y contenidos. Cambio sin transformación, es la esencia de la nueva repetición electoral en una época conservadora.
De militantes a ministros, de ir contra el estado a defensores del estado. De la movilización y la protesta al escritorio y la oficina de la casa de gobierno. Antes ganar todo con la lucha ahora sin lucha se puede ganar. Ayer socialistas hoy humanistas con título trabajando para el bien de los no tan bien. De tardo hippies a millennials yuppies en el poder. Ser o no ser es la elección, burocracia o muerte es la consigna. Ellos cambiaron para que el mundo los quiera así no cambien nada más que sus ropas, peinados y discursos.
Entusiasmados por la pasarela ministerial que se anunció tras la llegada del advenedizo que ocupará La Moneda, ahora todos ven promisorio el futuro en el que anchas alamedas de votantes en todo el continente, florecerán con su favor a los nuevos libertarios del continente: unos de regreso luego de años por fuera del gobierno, castigados por el electorado que quiso cambiar los representantes del cambio, otros que han salido al estrellato catapultados por los protestas estudiantiles, famosos por estar en la hora y foto estelar entre el humo de llantas quemadas en la calles y el gas de los agentes policiales. Algunos, refritos una y otra vez, reeditando discursos de pluralismo y pacifismo para adaptarse a una época de restauración conservadora que ve en el estallido social la principal tarea de contención y garantizar que todo cambie para que nada cambie.
Ya no vale tener ideas sólidas o visiones estructuradas, a eso que se llama lo ideológico está pasado de moda, no está in en el mundo de lo político. Es mejor no conocer la historia aunque pueda repetirse, tampoco se necesita convencer con ideas sino con emociones, manipular expectativas y jugar con los porcentajes de las encuestas. En una sociedad híper estimulada por la información, la emoción es más fácil de movilizar que la fría razón de los argumentos políticos, es la cínica justificación para reducir toda discusión a memes. Por eso los nuevos libertarios del cambio no diferencian entre principios y políticas, creen que todo es una transacción de cargos, nombramientos, negocios y marketing.
No hay diferencia entre quienes han sido enemigos de la gente pobre, los excluidos y marginados y los ricos poderosos, todo se resuelve en la operación balsámica de la unidad, el cambio y la reconciliación. En una sola mesa del gobierno es ahora posible repartir las migajas de los ricos para llenar la boca de los pobres. Es preferible repartir que redistribuir, es mejor conciliar que negociar, está prohibido exigir, porque no se permite tomar, arrebatar o recuperar lo que han despojado los poderosos.
La nueva democracia es un tipo de despojo cargado de buenas intenciones de repartición social y humanización del capital. Ya veremos cómo en cuatro años de gobierno los ricos no querrán dejar de ser ricos y harán todo lo que esté a su alcance para hacerlo valer. Es el precio de la transición de ricos a nuevos ricos y de pobres a más pobres con o sin subsidios.
La democracia de la nueva ola del cambio es una ingenua colcha de retazos cosida entre hilos de claudicación, entrega moral, ética, intelectual e histórica, que a nombre de la gran
transformación ha creado la falsa conciencia de la reconciliación con los poderosos. En América Latina ya hubo desastrosos resultados de ese experimento ingenuo de cambio sin transformación: Allende tan solo la muestra de un craso error que con Boric se puede repetir quizás en otros modos y formas.
Ante el entusiasmo electoral, la euforia y el fanatismo de la ensoñación de la apertura democrática en Colombia, también vale la pena pensar, algo tan out en estos días, en otras perspectivas no tan famosas para esta época, allí donde habita la pobreza real que lucha para sobrevivir, aquella donde está el reino de los necesitados, los que comen el cartón ya sea de cajas o tarjetones y que saben que un mesías y un parlamento son el mismo condimento de su destrucción. Allí donde el empieza el mundo de lo real donde no hay más elección que luchar a muerte contra la muerte y el hambre.
Habrá que votar, sí, sobre todo por el menos peor que se identifique así sea de palabra con los que no tienen nada, sabiendo que poco y casi nada lograrán. Ese es el viejo truco para seguir atrapado en la narrativa poco creativa del electorerismo tradicional: "hay que saber combinar las formas de lucha; la lucha electoral es también una manera de llegar al poder; este es el momento histórico para llegar al gobierno; es lo que da la tierrita; no hay de otra..."
Pero habrá que seguir adelante, luchando, trabajando desde abajo con la verdadera realidad que estalla de a poco y que sin duda aparecerá como lo hizo hace poco en escena pero esta vez para reclamar su lugar ganado a pulso y con sangre, más allá de la ensoñación presidencial, parlamentaria y un gobierno, ese lugar de la comuna donde nace el ejercicio de un nuevo y real poder.
Tom King.
24/01/2022
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