LA BALA
- clubdelapelea
- 7 jun 2019
- 5 Min. de lectura

“En las manos del obrero
Nació la bala, nació la bala
Y en las manos de los ricos
Se hizo mala, se hizo mala”.
Fragmento canción “La Bala”
Víctor Jara.
A medida que avanzan los meses de la firma del acuerdo de paz entre la guerrilla de las FARC y el gobierno nacional, se siguen disparando las cifras de asesinatos a líderes sociales, ex guerrilleros en reincorporación, situación que se suma a las amenazas a organizaciones y dirigentes del campo social y popular. De la misma manera que se disparan las cifras, se disparan las balas, proyectiles que siguen sin parar en el festín de muerte que se ha convertido la llegada de la paz.
Los datos de las muertes de la paz van acompañados de cierto cinismo práctico de los defensores del acuerdo. Al parecer la firma del acuerdo significaba también afirmar y aceptar que para lograr su consolidación se necesitaba sangre y dolor, una cuota de sacrificio mayor que refrendase en el país el costo de cincuenta y tres años de guerra. Entonces tal cinismo abrió puertas a la aceptación resignada que permite a los “enemigos de la paz” golpear bala tras bala, a las nuevas víctimas de un pacto de muerte que aplica con el terror, la garantía de una “paz estable y duradera”, sin contradictores por exilio, presidio, extradición o asesinato.
De la misma manera que se han disparado los asesinatos, se han disparado los debates en torno a la paz y la guerra, si se ha vuelto o no a ella, si la paz se acabó o si hay que luchar por lo poco que queda. ¿Aceptación, resignación, realismo, pesimismo, optimismo, moralismo? Esa es la cuestión.
Temerosa de la polarización, la izquierda, aquella que se mide por el termómetro electoral de lo políticamente correcto, entre la tibia, la menos tibia y la de pañitos tibios, se alinea con el pacifismo acrítico e irreflexivo que no mide los efectos de la decepción, el descrédito y la falacia del incumplimiento del acuerdo de paz. Mientras tanto la derecha se radicaliza contra el proyecto de gobierno del uribismo hirsuto y sus planes de extrema en dirección de una versión renovada de la seguridad democrática.
Curiosa es la historia colombiana: una izquierda que aspira al gobierno pacificando su discurso y renunciando a su aspiración radical de poder por medio del ablandamiento y la desideologización, mientras la derecha se radicaliza sacando sus armas políticas refinadas contra el leviatán del uribismo. Por la paz la izquierda se diluye y por ella, la derecha se reorganiza con una nueva radicalidad de salida “democrática” a la crisis de extrema.
El debate maniqueo de si la guerra o la paz es una discusión a baladí. Ni la guerra ha acabado ni la paz ha llegado. Tal insensatez es seguir partiendo de discursos ficticios. ¡Que la guerra hay que acabarla! Estamos de acuerdo, ¡que la paz hay que firmarla! Estamos de acuerdo. Pero, si la paz que se acuerda no se cumple, la guerra que se quiere apagar se incendia con cada incumplimiento. Un día de incumplimiento son años de guerra.
Una izquierda moral, encerrada en el pacifismo burgués, arrepentida de luchar, no puede representar ni a las gentes del común, ni ser alternativa, mucho menos ser una fuerza revolucionaria. El lavado de memoria producto de la desmovilización es aplicable para unos, pero hay otros que representan historias de luchas vivas que se siguen resistiendo al relato oficial de la rendición y que mantienen latente el recuerdo de la odisea rebelde, aquella que en trochas y caminos abrieron la Colombia profunda al mundo con un mensaje de lucha y esperanza.
La memoria vergonzante del relato de la desmovilización se instala en el pasado y desde allí se entierra toda posibilidad de cambio radical del presente. Vivir vergonzantemente del presente es precisamente la manida forma de modificar el relato del pasado como anécdota, añoranza, fin del acontecimiento de la rebelión. La disputa del presente es precisamente esa: la actualización de los modos en que han revivido las rebeldías, interpretar creativamente las formas de la lucha y asimilarlas en las nuevas condiciones, no como padecimiento y negación, sino como transformación en el tiempo de un pasado aun no resuelto en la vida nacional: la guerra. Implantar la paz como presente ficticio, es consustancial al relato de los vencedores y su anacronismo histórico oficial. ¡Es la nueva forma de hacer política!
Por ello, aceptar que la firma de la paz traería como desenlace de su consolidación el mar de sangre y dolor, porque supuestamente “se sabía” que no iba ser fácil el camino emprendido, es reafirmar el fondo de todo esto: la derrota contenida en el acuerdo, el pacto de rendición, acordar con el enemigo el triunfo sin resistencias. Entonces cabe preguntarse: ¿si se sabía, por qué someter a la muerte los que no conocían el contenido de tal traición?, ¿acaso se acordó una inmunidad relativa a quienes entendieron el acuerdo como rendición y un castigo para los que defienden la lucha revolucionaria aun en la paz?
Tal parece que los obstáculos de la paz se justifican con la “limpieza” y “depuración” física y política de los que no aceptaron el acuerdo per sé. La paz de unos es la muerte de otros. La bala buena que asesina excombatientes y líderes sociales porque esa es la cuota de paz que se necesita para refrendar el acuerdo. La bala mala que se resiste a la muerte, la que lucha por la justicia social es la que hay que atacar. Los disparos entonces: ¿de dónde vienen?
Las voces críticas le sirven a la paz. No este remedo, sino a la real, a la que busca la verdad, pero también la justicia social, las víctimas no solo de la guerra, también las del sistema, aquellas que no tienen educación, mueren de hambre, sin trabajo, tierra, vivienda, salud. Crecer la crítica es movilizar la paz, crecer la paz, pero nueva, radical y sin temor a aspirar a un mundo mejor y posible.
En Colombia la paz es posible: por la fuerza de la razón y por la razón de la fuerza. Ambas opciones son válidas si se están en las luchas diarias con las gentes. ¡Así es!
¡Que siga creciendo la audiencia!
TOM KING
@tomkingclbp
Fb: Tom King
Puñeta: ascendieron en el Senado a los grandes asesinos de las FFMM. El premio por amenazar y asesinar a líderes sociales está consumado. Los refinados métodos de guerra contra Dilmar en el Catatumbo, sumados a otros graves hechos de tortura y violaciones a los derechos humanos, esperarían al menos la reacción digna de las fuerzas alternativas, todo menos renunciar al debate y aislarse cobardemente de la discusión. ¿Qué ganamos para la paz siendo cómplice por acción y omisión de semejantes actos contra el acuerdo?
Puñeta 2: estamos perdidos! Tal parece que la alternativa es peor que la oposición. La una enferma de vacilación, la otra con complejo de representación. La alternativa claudicante, la oposición prostituida en los negocios de los avales. En el circo electoral todo se vale. ¡No se pierda la función de los quemados, prometemos diversión, después no diga que no le avisamos!
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