ASEPSIA
- clubdelapelea
- 28 mar 2020
- 7 Min. de lectura
“Los monos son demasiado buenos para que el hombre pueda descender de ellos”
Friedrich Niezstche

Siempre hemos llegado tarde a la muerte, sobre todo cuando de enfermedades se tratan. Cuando mas hemos tratado de entenderla, analizarla y buscar las formas para evitarla, ella ya lleva una larga cuenta en su récord. Ni el basto y aguerrido imperio romano se salvó de las enfermedades, cuando el religioso emperador bizantino, Justiniano, fue azotado por el brote de una pandemia que devastó vorazmente la Europa antigua. De la misma manera, la peste negra de la Europa medieval atacó para sellar con una multitud de pérdidas humanas uno de los recuerdos telúricos y nada épicos de nuestro pasado reciente. Las guerras, el hambre y las pandemias son las fosas colectivas de la humanidad.
Por estos días de una nueva pandemia que nos tiene obligatoriamente encerrados en casa, se ha desatado el más alto aprecio por el higienismo de la sociedad. Curiosamente cuando más expuestos nos sentimos y nos vemos propensos a morir por enemigos silenciosos como los virus y las bacterias, surge de una vez la paranoia, el miedo clínico al contagio. El contacto entonces es un enemigo y las manos una extensión de la enfermedad. La vida se resuelve en un gel antibacterial y el alcohol el cáliz purificador de la continuidad de la existencia.
La sociedad desconectada del contacto, recluida en sus cavernas modernas hechas para arriba y para abajo con y sin jardín, seres humanos recubiertos con la piel del látex en las manos y con el pico de tela para evitar ser salpicado de una baba toxica, se previene utilizando todos los medios posibles para aislarse de los otros, especialmente de esos otros no tan iguales, si son pobres, habitantes de calle o venezolanos. La pobreza es una enfermedad aceptable hasta que se torna peligrosa cuando se contagia de algo más que su miseria.
Las economías del cuidado no están hechas para pobres, ellas tienen un marcado privilegio en el mercado de las necesidades básicas. Sin embargo, ahora que el higienismo pulula en todos los rincones el cuidado se transforma en el delicado límite de la seguridad propia y colectiva. Lavarse las manos, gran preocupación surgida a comienzos del siglo XIX con el crecimiento demográfico y la ampliación de las ciudades y el crecimiento exponencial de enfermedades, hoy cobra vital importancia ante el inminente peligro de contagio del corona virus.
Sin embargo, en Colombia toda idea de higiene va de la mano de cierta recurrencia a borrar con los codos, porque no se puede con las manos, las escatológicas prácticas de la destrucción social de la que nos jactamos ser ante el mundo uno de los países más felices. Aquí higiene social se entiende como limpieza de todos y aquellos elementos nocivos para la tranquilidad de quienes conviven bajo la paz de la seguridad elegida democráticamente en las urnas.
Lavarse las manos, el pudor, la higiene social, la conciencia pura, pasteurizada. Lavarnos los pecados, higienizar la costumbre, todo será cambiado si te encierras y obedeces, está cerca la muerte y ella puede tocar tu puerta. Así funciona la nueva religiosidad de la seguridad, ante un enemigo silencioso e invisible que requiere de las fuerzas armadas, la policía, el ESMAD y los grupos paramilitares para contenerlo.
La asepsia social que se despertó en tiempos de crisis es para curar al enfermo pobre, matándolos por aislamiento, inanición, señalamiento, persecución, marginamiento, exclusión, extremando sus condiciones de existencia. Solo dios a domicilio, en módicas cuotas transferidas por internet podrá salvarnos, si no agotas el cupo para la bendición Urbi et Orbi. El Todopoderoso dinero que está bien escaso, según el FMI, salvará a unos cuantos, pero a cambio de unos cuantos pesos.
El asalto al papel higiénico en los supermercados y tiendas fue tan solo una de las tantas deplorables conductas egoístas e individualistas de la sociedad colombiana. En este país preocupa demasiado tener limpio el trasero que la conciencia. No nos importa la responsabilidad colectiva y confundimos grupo, pandilla y manada para atacar los unos a los otros. Afectados por la higiene anal, el papel higiénico despertó su preciado valor y la codicia de una sociedad interesada en mantener limpio sus interiores, cagándose en los otros con el desabastecimiento. Nada noble de nuestras partes nobles.
Jamás se pensó ver tan representada en nuestra suciedad, el pánico de la sociedad colombiana a sentirse untada por la materia fecal. Todos nos queremos limpiar, evitar nuestra sucieza, tener la tranquilidad que a nuestro lado nada huele mal y si eso pasa es porque el vecino no tiene lo que ellos ostentan socialmente: un papel, así sea higiénico.
La reinvención de la higiene y su valor simbólico como reproducción de una nueva concepción de la escatología social se está poniendo en práctica. La limpieza social es para todo aquello que huele mal, que no sirve, contamina el ambiente y el espacio. La xenofobia, la homofobia, el racismo, el sexismo, el patriarcado, el clasismo, caben en la nueva idea de la higiene mental. Lávese las manos, lávese dinero. Lave y no deje de lavar, que todo lo que lo toque se puede contagiar.
No contentos con lavarnos las manos con la situación del país, pasamos al aplauso de la esclavitud médica, todas las noches en sus casas con la bandera tricolor demostrando que todos estuvimos de acuerdo con la destrucción de las condiciones laborales de los médicos. Aplaudir los despidos, la flexibilización laboral, la pésima infraestructura de hospitales, la precarización de los médicos con la esclavitud de un mal salario y el exceso de tiempo de servicio en condiciones deplorables. La cultura del ibuprofeno y el acetaminofén disciplinó a la sociedad a tal punto de considerar un privilegio el derecho a la salud. Los que no tienen para pagar el derecho mueren y los que pueden tal vez se curen. Todos expuestos a enfermarse pero no a morirse, la muerte es solo una opción para los pobres. Entre lavados de manos y aplausos vimos como no hay cárceles, sino campos de concentración. La limpieza social penitenciaria, la higiene del sistema se activó para reprimir con fuerza la población de los don nadie que son los presos en Colombia. La supuesta fuga era un motín de salubridad para atacar la pandemia adentro y fue reprimida con una ficción de un escape fabricado por las fuerzas represivas del afuera. La pobreza se contagia: una pandemia para clases con capacidad para sostener el encierro, abastecidas y dispuestas a soportar el confinamiento con las ayudas tecnológicas de las redes y el Internet. Afuera está el hambre y la pobreza, que parece tener un país en las calles, Venezuela, dentro del otro país encerrado en sus casas, Colombia. Los pobres que según eso no son colombianos, han salido por fuerza del hambre y para evitar su contagio hay que reprimirlos. Los gases que debilitan el sistema respiratorio atacan más rápido que el virus, sin embargo, los pobres morirán por cometer delitos de hambre y no por el VIRUS, ellos no son aptos para enfermarse, no son de esa clase de ciudadanos con clase. La crisis de la economía mundial: la pandemia de la pandemia. Con miedo y temerosos de contagiarse de pobreza, todos han decidido esperar a que el virus regule por aceleración la tasa de pobres que deben morir como requisito del sistema, esta será una manera (dios no lo quiera, pero si su ira lo puede), de liberalizar los subsidios y las recargas sociales que tan disciplinadamente pagan los contribuyentes, en especial de clases medias que esperan la mano amiga, ahora visible del mercado. Tener o no tener esa es la cuestión. Si no tienes casa, abastecimiento e internet no tienes nada. Estás afuera, expuesto, carente, contaminado, venezolanizado. Pero la pandemia les va a llegar a la casa, irá a domicilio, no tan rápido como Rappi, con los eufemismos de siempre: salvamento, disciplina fiscal, ajuste, etc. Los que hoy tienen, mañana no tendrán y saldrán a la calle desesperados a exigir las cosas que los otros pobres pedían. Los nuevos pobres, contagiados por las deudas, los impuestos y las medidas de las recesión, serán perseguidos y reprimidos, viendo a las cada vez menos pero agresivas pudientes clases sobrevivientes, pagando por la seguridad del dinero, elegida democráticamente por los nuevos dueños del mundo que dirigirán la próxima crisis. La tele lucha, reducida a los likes y la indignación del pantallazo de twitter o banalizada en un tik tok remedando cualquier dirigente Humano Patriota, verde o independiente que salga a rabiar por su cuenta de redes sociales. La tele utopía del cacerolazo transformador será trasladada por discursos virtuales, que arengaran por memes las exigencias de la tele sociedad in vitro que representa la izquierda en tetrapack. Políticos de izquierda y sus partidos con obsolescencia programada aparecerán en la próxima contienda con la ropa de la defensa de la sociedad, abrazarán el discurso de la salud y se referirán a la pandemia como el enemigo real que habrá que derrotar (en votos). Luego, si llegan al pequeño poder del poder representativo, transformarán el enemigo en la sociedad e iniciará la nueva cura democrática de la represión social. Al parecer todo muestra que las diferencias son de método y no de principios.
La tele religión cohesionando la sociedad. Expiación de pecados a domicilio y paraíso por cuotas. Todos tendremos un pedazo de cielo a crédito. Al final esto es una serie de Netflix viéndote en la tele descomposición de la asepsia social, deseando vivir sin pobres, sin deudas, sin negros, sin indígenas, sin líderes sociales, sin sindicatos, higiénicamente en la paraíso paramilitar de la nueva Colombia naranja. Luego del desenlace, vendrá la próxima serie: la tele revolución. Nueva temporada. PD: no olvide lavarse bien las manos. No se contagie de conciencia es perjudicial para la salud... del sistema.
PD 2: lo que nos faltaba, una nueva etapa de guerra en medio de una pandemia. Trump juega a la guerra reeditando el asedio a Noriega ahora contra Nicolás Maduro, como medida de contención a la ya anunciada crisis económica mundial, en el marco de elecciones presidenciales en Estados Unidos. Una jugada para ganar tiempo puede ser costosa, cuando despiertas aliados de la contraparte que no están tan quietos y acorralados por el impacto económico y pandémico. Más duro será golpear a Maduro si China y Rusia juegan a impactar el muro gringo. ¿Quién se coronará con el virus como amo y señor del nuevo orden mundial?
PD 3: aplauso a la misión médica cubana, hijos e hijas dignas de una verdaderas revolución. Mientras el mundo hace solidaridad virtual, las batas blancas de cubanos hacen el trabajo real, ir al enfermo, ir a donde sea, asumiendo lo que dijo Martí: Patria es Humanidad.
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