A LA DERIVA
- clubdelapelea
- 8 may 2021
- 5 Min. de lectura
Cuando las opciones no son salidas y las salidas son trampas repetidas contra la movilización. En un mar de posibilidades de acción, la inacción va ganando la partida. Estamos a la deriva.

“Los pueblos son como los volcanes, nadie les prende fuego porque ellos estallan solos.”
Fidel Castro.
Nadie pensó que el estallido social y popular iniciaría a finales de abril y continuaría hasta mayo de manera imparable. De día y de noche, con lluvia y sol, bajo las estrellas o sin ellas, las ciudades se han estremecido entre los gritos y las arengas de los manifestantes, los tiros de la policía uniformada y de civil, el bombazo de las tanquetas y las ráfagas de los francotiradores. En la noche la guerra, en el día la tregua. Doce horas de luz para recoger los muertos y heridos, limpiar las calles y reorganizar las pancartas, luego viene la oscuridad, todo se hace pólvora, humareda, barricadas y trincheras.
Una guerra civil de baja intensidad se estrena en la nueva escena de lucha: cincuenta años en el monte pasan a la civilización, iniciando un periodo de contra revolución urbana que se hace efectiva. La forma de guerra regular que se llevaba contra las FARC-EP se agotó como la paz y ahora experimenta nuevos modos de conflictividad concentrada en las ciudades y acelerada por la masividad confinada a la que nos obligó el COVID. Era cuestión de tiempo para que iniciara, la pandemia solo creó las condiciones, pero desde el 21 de noviembre del 2019, estamos experimentando la nueva modalidad de conflicto social y armado desde sus casas, en las calles y teledirigida en sus pantallas de celular, tablet, televisores. La guerra ahora es más inteligente: Smart power.
Lo que inició como una protesta contra la agresiva reforma tributaria y al desmonte total del derecho a la salud en épocas de pandemia, ha ido escalando en niveles antes imaginados de una politización inorgánica, no ideologizada de la masa que responde contra el carácter autoritario del poder y su dispositivo criminal de guerra. La sociedad perdió el miedo, la hegemonía política de temor y el terror con la que se estableció el control del uribismo sobre los ciudadanos, hace aguas.
Podríamos asegurar que ser uribista es la matriz más impopular en la política nacional e internacional en este momento. Les queda poco tiempo si no les damos posibilidades de recomposición y cooptación política, social y popular. Sin embargo, sus recursos van más allá de la fuerza, también están las prebendas y las promesas de grupo que les permite mover el aparataje institucional.
Ya empezó con la Coalición de la Esperanza, es claro que los Verdes y el MOIR son la fracción conciliadora del uribismo, su extinguidor y brazo político apaciguador. También le ayuda a la recomposición la indecisión del Pacto Histórico: apoyan tibiamente la movilización sin cumple con los parámetros del pacifismo conciliador, descartan otras posibilidades de acción radical si estas afectan el dialogo por arriba y entre élites partidistas con el gobierno. Una especie de Patria Boba: ¡negociemos el apoyo al mal gobierno, para sacar a Uribe el rey! Bajo el pactismo todos los acuerdos son posibles, incluso los que sacrifican los principios y a la gente.
Sin embargo, las luchas siguen, unas por la vía pacífica y otros por la vía de la acción directa. No esperan a que el semáforo político cambie para someterse a sus orientaciones. La gente sigue en la calle de día y de noche, pese a la amenaza paramilitar de “acostar a los niños malos” después de las seis de la tarde. Tampoco cesan para recibir las definiciones del Comando Nacional de Paro. Esto es una desobediencia a todas las formas de representación y dirección política y gremial. La orientación es la acción y su definición está en la calle, ella define el campo de avance y retroceso, la continuidad o el repliegue.
Realmente hay dos paros: el que dirigen las formas clásicas de la protesta en las centrales obreras y las organizaciones sociales más ideologizadas que se basa en el formato de marcha por etapas, que tiene como fin la negociación con el gobierno. Todo se reduce a pactos por arriba y ganancias mínimas para avanzar gradualmente hacia la conquista máxima de los objetivos. A cuenta gotas la formula clásica se reduce en el arreglo institucional que en tiempos preelectorales, desnuda la lucha por la vocería más elocuente por el candidato que representa la verdadera voluntad popular. En esta vocería la matriz mediática los llama manifestantes, protestantes, ciudadanos.
El otro paro, el nocturno, no tiene vocería, ni organización, mucho menos apetitos de representación, es una masa rebelde con una radicalidad inmediatista que todos los días pone su cuota de sangre y hace balance en las bajas de un lado y del otro. Ese paro se mide en vidas y no en votos. Su programa y plataforma es una unidad temporal que se concreta después de las seis. Esta hace presencia en los barrios, en las calles y en los puentes. Es una masa amorfa, sin nombre, que cuando se refieren a ella se limita a señalar su reacción y no su proyección, su expectativa, tan solo quedan estigmatizados como vándalos.
La próxima semana inicia el dialogo social con los voceros del Comando Nacional de Paro y el gobierno, será una nueva puja por los reconocimientos mutuos de responsabilidades del saldo de la protesta, nadie quiere asumir la estigmatización del vandalismo. No obstante, quedan preguntas sobre el contenido de la negociación. Aquí ya pasó de moda el acuerdo de paz, la gente ni siquiera habla de eso, muchos menos sus protagonistas. Las reformas tributaria y a la salud fueron retiradas, Carrasquilla renunció, el COVID ya está normalizado y sus efectos hacen parte del paquete diario de muertes que estamos acostumbrados a soportar, las criticas estructurales al neoliberalismo y sus impactos serán parte de los discursos, pero en nada afectarán al modelo económico. Entonces ¿qué negociarán? Lo que sí sabemos es que saldrá una foto muy pomposa de una agenda sobre lo fundamental con puntos interminables difíciles de digerir y comprender.
Mientras tanto, el paro nocturno, el de a pie quedará invisibilizado, seguirán luchando y muriendo, nadie le ha preguntado las expectativas, para dónde va esto. Lo que si queda claro es que esa gente no cree en el gobierno y confunde el Estado con éste. Creen que tumbando al presidente se toman el Estado y que reduciendo la fuerza pública se debilita el poder. Su interlocución es una acción viral radical por la que habla el hambre, la pobreza, las carencias. Entonces, ¿quién representará esas voces, las necesidades reales, sus prerrogativas?, ¿qué arreglo quieren con un gobierno en el que no creen y con Estado que no reconocen?
Es posible que todo se normalice, la gente de bien volverá a sus vidas, se sentirán libres de vándalos, caminando por la acera, moviendo sus tarjetas en los centros comerciales, todo olerá normal, no habrá gas en el ambiente. Mientras el paro nocturno verá esto como una repetida traición a sus expectativas, se irán a esperar que sus cicatrices cierren bien, pero volverán porque ya aprendieron a conocer su fuerza, sus posibilidades y la unidad con los suyos. Para ellos ya nada será igual, porque la calle dejó de ser un simple recurso de lucha por necesidad, sino también ese estado en germen que aspiran construir sin saberlo cómo ni dónde, pero ahí, con los de la primera línea: su gente.
Pd: si se tuviese confianza en la fuerza de la gente, estaríamos viendo como opción la renuncia del presidente Duque y la configuración de un gobierno provisional de carácter social y popular para resolver la crisis, un nuevo proceso constituyente en desarrollo. Ecuador lo vivió al inició del siglo, Haití lo trata de hacer, Bolivia lo hizo con las Guerras del agua. Nuestro continente lo ha vivido y no ha sido en vano.Como diría Gramsci: la historia enseña pero no tiene aprendices.
Por: Tom King
08/05/2021
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